Ana Otaegui nos dejó el 22 de abril tras una vida dedicada a la enseñanza. Como recordábamos en la esquela que se envió en nombre de todos los que hemos formado parte del colegio Eskibel desde su fundación:
Ana, fuiste una enamorada de tu profesión y nos enseñaste a trabajar con ilusión y rigor; pero, sobre todo, fuiste maestra de la vida.
Recogemos las palabras que leyó Alicia Iglesias en la Misa que celebramos por ella en el Colegio el pasado 26 de junio.
Va por ti, Ana
Todo Eskibel sabemos que, digamos lo que digamos de ti, siempre será insuficiente e incompleto, y que nuestras líneas no estarán a la altura de tu valía. Pensamos, Ana, que disculparás todos los errores u olvidos y que estarás muy contenta de que recordemos, con gran cariño y cercanía, tantas vivencias.
Son innumerables las situaciones que hemos vivido. Han sido muchísimos años de compartir amistad, ocio, despacho, aulas, trabajo, cursos, reuniones, innovaciones y el día a día con abundantes conversaciones.
Ana, tú reunías las tres características que forman los pilares de Eskibel: formación académica, humana y espiritual. Diste testimonio de las tres: Siempre con altos ideales, comprometida con tus principios de vida hasta el final, con gran sentido de la trascendencia cristiana y de la lealtad.
Culta y gran conocedora del pasado y del presente, de Letras y de Ciencias, Filosofía, Arte (San Telmo también da prueba de tu saber), Religión, Política, Pedagogía, Geografía, Historia, educación en valores…
Pendiente siempre de las necesidades de la sociedad en general, de las del colegio en particular y de las de las alumnas. Tu trabajo fue vocacional todos los días. Ha sido muy valiosa tu colaboración con charlas y conferencias en la formación de madres jóvenes y exalumnas, así como tu ayuda a todo el personal de Eskibel cuando ha sido necesario. Tus amigas y compañeras hemos recibido tu comprensión, compañía, ayuda, generosidad, consejo y buena disposición. Fuiste de gran apoyo ante dificultades profesionales y personales.
Nos tocó compartir muchas vivencias gratas: conferencias, cenas, cafés, películas, paseos… Profesoras y alumnas disfrutamos contigo de recorridos turísticos por cada calle histórica de Donosti, por Burdeos, Elizondo, Bera, Arizkun, Etxalar, Bértiz, Liernia, Zerain, Itziar, Lourdes, Guadalupe, Arrate, Arantzazu, Sare, Ainhoa, Gernika, Izaskun, Loiola, Tolosa, Bilbao, Javier, Leyre, Vitoria, Estibaliz… Algunas tuvimos la suerte de estar en casi todos. Tampoco olvidaremos los dulces martes durante cuatro años con el brioche de Otaegui.
Recordamos especialmente tu fortaleza ante dos momentos muy duros: la repentina enfermedad de Rai y la enfermedad de tu madre. La tranquilidad que sentiste al atender a tu madre como querías, por estar ya en contrato de relevo y en lo orgullosa que estabas, y con razón, de lo guapa que estaba tu madre a pesar de sus muchos años y de su enfermedad.
La familia, ese gran pilar en tu vida, tus hermanos, sobrinos, sobrinos nietos y tías mayores a las que cuidar. Los que residen aquí o los que residen lejos, siempre en tu pensamiento y en tus oraciones, eran esperados por ti con ilusión, especialmente en Navidad, cada uno de ellos era tenido en cuenta en tus menús. En Noviembre nos tocaba hablar de lotería y de actualizar cenas y comidas.
Ahora que estabas más libre, nos comentabas lo adecuado de caminar dos horas por las mañana y que el último año habías comprobado que lo perfecto era añadir dos horas más por la tarde. Siempre constante y motivada en todas tus actividades personales y profesionales, animándonos a terminar bien hasta el final todo lo empezado.
La última conversación contigo de gran parte de las personas del colegio fue, por teléfono, el 16 de abril, día de tu 70 cumpleaños, seis días antes de tu fallecimiento. Volvimos a comprobar tu interés y preocupación porque nuestras familias y nosotras estuviésemos bien, por la dura situación general, por el futuro, por el personal del centro, sin olvidar a quienes atravesaban momentos más difíciles, por todas las familias, alumnas y antiguas alumnas, especialmente por todas aquellas que, en estos meses de confinamiento, trabajaban por nuestra salud, arriesgando la suya.
Sabemos, porque lo habías dicho, que la muerte dulce que tuviste era la que hubieras elegido, como la mayoría de nosotros, pero, aunque la esperanza en la vida eterna nos mantiene, ojalá te hubiera llegado veinte años más tarde. El momento de confinamiento no nos permitió despedirte como mereces.
Gracias, Ana, por todo lo que nos has querido.
Cuídanos, lo necesitamos.
Hasta siempre.